Un ensayo de la Autobiograjúa:
"Del Radio al Internet"

…en Guerrero, Tamaulipas fui a la escuela por primera vez; estoy hablando del viejo Guerrero, el que ya no existe por haber quedado bajo las aguas de la Presa Flacón, no del que construyeron después, Nuevo Guerrero, donde reubicaron a los habitantes del primero, al que no olvido y sigo viendo en mis recuerdos, con sus calles, la escuela seguidito de la iglesia, su gran plaza con la Presidencia municipal al frente, el Hotel Flores que tenía varios piso… (¡má! pos luego…)

Muchos años después, al transitar por la carretera Ribereña, en la época en que las aguas de la presa bajan de nivel por las sequías, alcancé a ver a lo lejos, los restos del viejo caserío, nostálgicos testigos de mi infancia, parcialmente emergiendo orgullosos sin mostrar el deterioro que el tiempo implacable les causara.

¿Qué edad tenía yo cuando me matricularon en el primero de primaria? …no cumplía los cinco años, y la razón, muy sencilla: en aquel entonces no había kinder o preprimaria para los de nuestro estrato y creo que nuestros padres consideraban más conveniente enviarnos a la escuela que estar lidiando con los hijos de su… ¡MATRIMONIO! en esa edad en que no nos aguantábamos ni nosotros mismos, con la energía jamás consumida, aunque estuviéramos traveseando todo el día.

También, en Guerrero, oí el radio por primera vez. Uno de los vecinos que se había incorporado anticipadamente a la modernidad, trajo a su casa aquel enorme y extraño aparato del que brotaban música y voces como por hechicería. Los chiquillos del barrio nos agolpábamos, untándonos materialmente a la reja de su ventana con la actitud propia de nuestra ignorancia, pero eso sí, despertándonos también el milagro de la imaginación al oír que de aquel mueble surgía la voz de alguien que se anunciaba como "El Oído del Mundo" y que sin explicarnos el misterio de su origen, nos atrajo tanto que no dudamos en convertirnos en su inveterada audiencia.

Un buen detalle del citado vecino, dueño de aquel esparcedor de sonidos que aprendimos a conocer con el nombre de RADIO, divertidamente conmovido por la "racilla" que se apostaba en su reja como viles oyentes clandestinos, decidió abrir las puertas interiores de su ventana para que ya sin barreras entre la reja y su sala, pudiéramos oír mejor, aceptándonos de hecho como sus invitados. (De lejecitos, pero… CÓMO SE LO AGRADECIMOS).

Un día, anunciaron la inauguración de un espectáculo nuevo. Era el CINE; y allá vamos a conocerlo a un local que estaba en contraesquina de la plaza; se anunciaba simplemente así: "CINE".

El pueblo se volcó en masa para celebrar el acontecimiento. Mi padre no pudo asistir por razones de trabajo, pero nos dejó con mi madre diez centavos a cada uno para que Raúl y yo fuéramos junto con el resto de la palomílla al estreno. A todos los menores nos colocaron en una sección de la improvisada sala ya desde entonces llamada distintivamente "GAYOLA" (Galería).

Y que empieza la película; como le decían a lo que aparecía en un cuadro que habían encalichado en la pared del fondo. Previamente apagaron las luces y desde ese momento la zozobra nos invadió a todos y más cuando apareció un tren que rápidamente se acercaba más y más, ya para venírsenos encima; la impresión fue tremenda, al grado de que todos los salvajes infantes que éramos entonces, nos empanicamos en forma por demás ridícula: haciéndonos a un lado para que no nos arrollara el tren, y los más, corriendo despavoridos buscando la salida... !pero qué TAPADOS estábamos… !TAPADOS!

Y pensar que los ires y venires antes referidos, me llevarían después al Radio como locutor, y al Cine como actor; pero eso es harina de otros capítulos que relataré en otro espacio...

Después de lo anteriormente narrado, tomado parcialmente de un capítulo de mí libro: "AutobiogrAJÚA y AnecdoTACONARIO", he descubierto que mi capacidad de asombro aún no termina, pues ahora tiene que asimilar, como lo hizo en su etapa infantil con el Radio y el Cine, nada menos que con eso que se llama INTERNET… Les digo: ¡para sustos no gana uno..!


Eulalio González Ramírez